"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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La creación

LA CREACIÓN. Jorge Muñoz Gallardo. Viendo dios que estaba demasiado sólo, y debido a eso mismo tan aburrido en ese inmenso vacío incoloro, decidió hacer algo. Tal vez, un poco más que algo. Cogiendo brocha, pintura, martillos, cinceles y cuanta herramienta se le ocurrió inventar, se entregó a la tarea de crear el mundo. Hizo estrellas, astros, lunas; mares, ríos, lagos; montes, bosques, valles, desiertos; plantas y animales. Dejó para el final su obra maestra, como él mismo la llamó. Sí, Dios estaba contento con su obra maestra, el hombre, al que había construido con un puñado de barro. Sonrió orgulloso después de contemplarlo largamente, enseguida lo instruyó para que le pusiera nombre a las cosas inanimadas y a las demás criaturas vivientes, que eran inferiores a él. También creó un huerto al que llamó Edén, para que su obra favorita, que tenía por nombre el de Adán, se regocijara en ese huerto regado por un río que se abría en cuatro brazos. Todo lo que deseaba Adán, en el huerto lo hallaba, no tenía que cumplir un horario, seguir una dieta, pedir permiso para faltar al trabajo, evaluaciones y calificaciones; gozaba de entera libertad. Como si todo eso fuera poco, viendo Dios que Adán estaba muy sólo, lo hizo dormir profundamente y le sacó una costilla, con ella fabricó una mujer llamada Eva, cuando Adán despertó y la vio se sintió atraído por ella y desnudos se paseaban por donde les daba la gana, también hacían juntos lo que apetecían. Pero, como dice el refrán popular, la dicha nunca es completa, Dios les dijo que no podían comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Prohibirle a dos seres inocentes como niños hacer algo es lo mismo que decirles: ”¡háganlo!” Entonces apareció la serpiente. Conociendo la curiosidad femenina no le fue difícil tentar a Eva, enroscándose en el tronco del árbol prohibido la invitó a comer de sus frutos. Ella los probó, le gustaron y le convidó a su compañero Adán. En cuanto terminaron de saborear el fruto prohibido se dieron cuenta de su desnudez, sintieron vergüenza, corrieron a cubrirse con hojas de palma, y se escondieron en la espesura. Sin embargo Dios los descubrió con facilidad y los interrogó con dureza. Adán culpó a su mujer, Eva culpó a la serpiente, Dios los condenó a los tres. A ella a parir con dolor, a él a trabajar la tierra y ganar el pan con el sudor de su frente, a la serpiente a arrastrarse por el suelo para ser pisoteada por los hombres. También expulsó a la pareja del huerto del Edén y colocó a unos terribles querubines armados con espadas de fuego para custodiar el árbol de la vida. Los pobres mortales, cogidos de la mano, con las cabezas inclinadas, el corazón lleno de pesadumbre, abandonaron el huerto. Pero yo, pregunto: ”¿Qué eran esos dos pobres antes de la intervención del astuto ofidio? Adán un ser que nunca chupó la teta llena de leche, jamás sintió una caricia maternal, ni oyó una dulce canción de cuna, porque no tuvo madre, nació hombre, sin los llantos y las risas de la niñez. Lo mismo puede decirse de Eva. Dos seres sin conciencia que vagaban como bestias indolentes, un par de vidas que se reducían a comer, cagar, dormir y aparearse. Hasta que llegó la serpiente, despertando en ellos la conciencia del bien y del mal, los elevó a una categoría superior a todas las criaturas vivientes, puesto que con aquella desobediencia inducida adquirieron la auténtica categoría humana.

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